Héctor A. Gil Müller
No es extraño ver fenómenos empresariales, esquemas privados
de liderazgo aplicados a la política. El Salvador con su presidente Nayib
Bukele, quien llega al poder incluso con la construcción de un nuevo partido,
alrededor de su “personaje”, es un buen ejemplo de la priorización de la marca
sobre el fin, de la estrategia sobre el proceso, de lo público manejado como lo
privado.
Fenómenos mediáticos, como Samuel García, el gobernador de
Nuevo León que reporta de su trabajo directamente en medios como Facebook o
instagram, hasta personajes como Bukele cuya arquitectura de marca resulta
evidente. Se vuelven una constante en un escenario que pensamos es dominado por
el populismo, pero quizá se trate del privatismo, no como un fenómeno
económico, sino como un proceso de gestión.
Lo público no puede ser conducido como lo privado. Los
griegos hablaban de las “aretes” o virtudes para participar en la vida pública,
la fortaleza, justicia, piedad, valentía y sabiduría, eran los pilares en los
que se construía el concepto de ciudadanía. Hoy, en una búsqueda de eficiencia
hemos sacrificado más allá de lo que estaba en juego, en una apuesta por el
crecimiento sin que esto sea racional.
Quizá uno de los principales elementos de gestión que
distinguen a lo público de lo privado, es que en lo primero no podemos ni
aislarlos de un problema ni tampoco sacar a los participantes del ecosistema de
gestión. En una empresa la cesión de un contrato laboral, justificado o sin
justificar concluye con relaciones. Esta autonomía orientada por la eficiencia
mantiene un sistema en el que coinciden los resultados y los valores de una
organización, en lo público ello no se puede. Y no es la solución. No podemos
sacar del ecosistema de gestión ni al delincuente, ni al atrasado ni al
opositor.
En El Salvador hoy día se toman decisiones unilaterales, la
sola decisión de hacer al bitcoin como moneda nacional hoy alerta a todos los
mercados. El tratamiento de los convictos como forma de amenaza, la supresión
de los derechos humanos como un elemento para finiquitar las dolencias
públicas. La toma de decisiones sin contrapesos. En lo privado parecen rasgos
de grandeza, pero en lo público son rasgos de un autoritarismo que la historia
muestra siempre como decadente.
¿No será que el mundo se enfrenta a ese fenómeno? Y que en un
tiempo en que los límites se han diluido, la confusión de los escenarios se
vuelve común. Pensamos que involucrar lo privado y desde su gestión actuar en
lo público nos traerá el crecimiento y la disciplina necesaria. Porque es
imposible no admirar el éxito, comprobado, de diversos modelos de gestión, pero
la esfera y sus fines si importa. Lo publico debe ser enfocado y no
privatizado.